La posición de China frente al conflicto en Ucrania.


@PovseMax
La invasión rusa de Ucrania ha marcado oficialmente el fin del mundo de la pos Guerra Fría, ese que estaba signado por una configuración estratégica unipolar en la que la paz predominaba alrededor del globo, y en la que había una cantidad de democracias sin precedentes en el mapa. Claro, este statu quo viene deteriorándose hace años, no solo por el resurgimiento de las ansias imperialistas chinas, sino por el estancamiento de un Occidente cómodo en su rol de rector del sistema universal. Sin embargo, en los entretelones del viraje del poder relativo hacia Asia que nos tiene atentos a cada movimiento de China en su región, los países occidentales negligieron considerar el rol de Rusia en medio del cambio.
Considerada una potencia del pasado, sin poder real para guiar los destinos del mundo en el siglo XXI, y solo considerada por su capacidad de destrucción masiva heredada de otra época, Occidente no tenía razones para prestar particular atención a los manotazos de ahogado del pseudozar Vladimir Putin. Se lo solía mencionar solo ocasionalmente, durante las campañas electorales en las que interfería Rusia, o respecto a su apoyo a las dictaduras latinoamericanas. Ni siquiera la ocupación de Crimea fue digna de mucha atención: los ojos americanos y europeos estaban puestos ya en el «pivote hacia Asia».
China no ha sido muy diferente. Rodeada de problemas con sus vecinos, la frontera con Rusia es una de las pocas que los chinos se podían dar el lujo de desconsiderar, toda vez que representa solo la tundra siberiana inhóspita y con recursos limitados que ni siquiera le puede garantizar un acceso al Ártico. Así, los chinos se han enfocado en sus fronteras al sur, con los conflictos con la India siempre a la orden del día, así como con los países litorales de su Mar Meridional y, claramente, con Taiwán. Hacia el oeste, por su parte, han extendido su área de influencia sobre las exrepúblicas soviéticas, en un movimiento que Rusia no ha podido evitar, demostrando una vez más su aparente pérdida de potestad hasta como potencia regional.
Así, en un mundo que parecía dirigirse a una nueva bipolaridad, esta vez dividida entre Estados Unidos y China, Rusia parecía un tercero en discordia que eventualmente se alinearía detrás de China por la propia fuerza de tracción que tiene el gigante asiático sobre los regímenes autoritarios. Pero ¡vaya si hemos calculado mal! El comienzo de 2022, con los treinta años del último cambio de configuración polar recién cumplidos, nos ha recibido con un conflicto no en el tan augurado futuro centro del mundo, sino en el centro tradicional: Europa. Por primera vez en décadas, la Unión Europea linda con países involucrados en un conflicto armado de gran escala, uno mucho mayor al de la Guerra de los Balcanes, y que parecía improbable a pesar de las escaramuzas a las que Rusia la tenía acostumbrada desde hace ocho años en el Donbás.
Pero Rusia volvió al centro de la escena. Y no para mejor. La invasión de Ucrania no podría ser una peor noticia para el régimen chino, que este año consagra a Xi Jinping como virtual líder vitalicio, y que esperaba hacerlo con todos los ojos del mundo mirando el pomposo acto mientras los periódicos internacionales se llenaran de análisis sobre la «pax sínica». Ni pax, ni sínica, el orden global que se abre a partir de la invasión de un país del calibre de Ucrania por una potencia como Rusia será ordenado a partir del viejo clivaje OTAN – Pacto de Varsovia, esta edición con muchos jugadores cambiados de bando en favor del primero. En esta ecuación, China queda al margen; o al menos, esa será la situación si no se define con prontitud.
Todo esto no implica que el pivote hacia Asia sea una ilusión o que China deje de tener relevancia; todo lo contrario: ahora más que nunca es la oportunidad para estrenar su ansiado rol de potencia global, un rol que jamás en su historia ha tenido, y que Xi necesita probar factible para que su esquema entero de poder interno y externo se sostenga en el tiempo. Pero en Beijing, la invasión rusa no se ve como una oportunidad, sino como un acontecimiento adverso «que no debería haber ocurrido», una posición muy tibia para una potencia que se jacta de ser el próximo ordenador del sistema internacional. Los sucesos de estos días demuestran que China no está a la altura del rol al que aspira, y ello se lo ha hecho saber nada más que su aliado tentativo en el Kremlin.
¿Iremos hacia una configuración tripolar? Sería curioso pensar en una tercera posición frente a un asunto tan tajante como la invasión de una nación por parte de otra. Un lujo que solo se pueden dar los países periféricos, si acaso. Pero nunca una postura propia de una potencia. Sin embargo, eso es lo que busca desesperadamente China desde la madrugada del 24 de febrero: una postura que no la enemiste más con Occidente pero que tampoco dañe sus vínculos con la otra autocracia nuclear. Las declaraciones contradictorias que dan Wang Yi y Hua Chunyin hacen pensar que se trata de funcionarios de gobiernos diferentes; sin embargo, su tarea compartida es clara: aplacar a ambos lados del conflicto, y con ello aparentar ser los campeones de la paz.
Esa es una posición que ni Rusia ni Occidente creen ni desean, y lo han dejado en claro, la primera a través de sus conversaciones directas entre Putin y Xi, y el segundo a través de las presiones para lograr la abstención china en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas –hazaña que, por cierto, logró–. La tibieza china descontenta tanto en Washington como en Moscú, y Beijing está acorralada por cientos de diplomáticos que siguen exigiendo una postura clara. Sin embargo, cualquier postura que finalmente elija significará que se suma al furgón de cola de alguna de las potencias tradicionales.
Este dilema entre reconocer su incapacidad como potencia global y sumarse como asistente a alguno de los bandos en disputa ha echado por tierra años de discursos y proyectos guiados a construir la imagen de una China que controla «todo bajo el cielo». Putin terminó con tres décadas de unipolaridad con la firma de una orden de invasión, algo en lo que China ha invertido los últimos diez años de su diplomacia y miles de millones de dólares alrededor del mundo.
Con esto se abre un nuevo capítulo en la historia de las relaciones internacionales, y todo apunta a que China no será la protagonista en el comienzo de la historia. Solo el desenlace de la guerra que acaba de comenzar podrá darle espacio nuevamente a para disputar la hegemonía de Occidente, aunque tal vez para entonces ya será demasiado tarde.